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Cuáles son los tipos de perfeccionismo y cómo no caer en sus redes

Nos venden el trabajo perfecto, el amor perfecto, el amigo perfecto, el cuerpo perfecto o la familia perfecta. Todo el tiempo, a través de diversos canales, como los medios de comunicación y las redes sociales, nos venden un modelo de perfección que, simplemente, no existe. Nada, absolutamente nada, ni nadie, absolutamente nadie, es perfecto.

La obsesión con el perfeccionismo es un pesado lastre que cargamos involuntariamente. ¿Por qué? Nadie nace con esa ilusión, con esa obsesión. Es algo que aprendemos a partir del ejemplo de quienes nos rodean, de lo que nuestros padres nos enseñan en especial en los primeros años de vida. Y lo asumimos como si fuera una tarea ineludible. Y no es así.

Es, también, una responsabilidad que con el paso del tiempo nos abruma, nos agobia, nos produce ansiedad. Estamos tan obsesionados con hacerlo todo de manera perfecta, que se nos olvida que somos seres humanos y, por ende, nos equivocamos. Más veces y de una forma más desagradable de la que nos gustaría, pero es algo que no podemos evitar.

De hecho, no nos conviene. ¿Sabes por qué? Porque el error, que ha sido satanizado por el modelo educativo, es la principal y más valiosa fuente de aprendizaje. Hay otros caminos, sin duda, pero ninguno tan certero y efectivo como el error. Que, por demás, nos sirve para darnos cuenta de cuáles son nuestros límites y defectos, en qué debemos mejorar.

La obsesión por la perfección está ligada a las expectativas. Según el diccionario, es la “Esperanza de realizar o conseguir algo” o la “Posibilidad razonable de que algo suceda”. Nos venden altas expectativas, que muchas veces están lejos de nuestro alcance, al menos en ese determinado momento, y nos ponen sobre la espalda una carga demasiado pesada.

Las expectativas, en últimas, son metas inalcanzables, creencias que poseemos acerca de que debemos esforzarnos más para satisfacer estándares internos de ejecución que son cada vez mayores. O, peor aún, estándares que son impuestos por otros y a las que nos sometemos dócilmente sin darnos cuenta del daño que nos provocan a largo plazo.

Lo primero que debes entender y aceptar es que las metas de las personas perfeccionistas son inalcanzables, lo mismo que sus sueños, que no son más que un invento de la mente. No tiene sentido, entonces, desgastarse en una situación que no va a darte el resultado que esperas. Más bien, guarda esas energías para algo que sí valga la pena en tu vida.

Lo segundo, debes saber cuáles son las manifestaciones de la obsesión por la perfección, porque no puedes luchar contra un enemigo cuando no sabes qué es o quién es. Uno de ellos es la autocrítica destructiva, sentirte inferior, poca cosa, y enfocarte exclusivamente en tus debilidades y carencias, sin apreciar y valorar las virtudes y fortalezas que posees.

Es importante entender, así mismo, que esa autocrítica destructiva se aprende y, por lo general, está atada a episodios dolorosos de tu pasado. Sí, heridas profundas que aún no sanaron y que de cuando en cuando afloran de nuevo. ¿Por ejemplo? Abusos sufridos en la niñez, relaciones violentas, traumas provocado por diferentes tipos de acoso y más.

Tercero, esa obsesión por la perfección responde, también, al exceso de condicionamiento que se da por la enseñanza que recibimos en la infancia. “Si no comes, los abuelos van a dejar de quererte”, nos dicen. O “Haz las tareas o el regalo que papá te prometió no va a llegar”, pensamientos que se graban en la mente y nos impulsan a ser perfectos.

Cuarto, el perfeccionista sufre demasiado a la hora de delegar tareas o funciones, de confiar en los demás, porque asume que “nadie lo harán tan bien como yo”. Son personas que, así mismo, enfrentan grandes dificultades a la hora de trabajar en equipo porque son reactivas, siempre están a la defensiva y necesitan tener el control total de la situación.

Quinto, crecer en ambientes regidos por la sobreprotección nos lleva por el sinuoso camino del perfeccionismo. ¿Por qué? Porque nos dicen tantas veces y de tantas formas “eres el mejor”, “nadie es como tú” o “eres invencible” que nos generan expectativas imposibles de cumplir. El problema es que nuestra autoestima depende de factores externos.

Sexto, algo cada vez más frecuente, caemos en las redes del perfeccionismo cuando nos hemos criado en hogares de padres muy exitosos, especialmente en lo profesional y en lo económico. Se nos exige, como mínimo, igualar el listón que ellos han establecido y no se acepta algo inferior, so pena de ser catalogados como “mediocres” o “fracasados”.

Séptimo, la poca tolerancia a eso que llamamos fracaso es otra de las causas de esta perversa obsesión. ¿Por qué? Porque asumimos el fracaso como un punto final, como el término de un camino, cuando en realidad es simplemente una escala, una señal que nos indica que vamos por el rumbo equivocado. Es una carga que nos produce mucho  miedo.

El perfeccionista, por otro lado, tarde o temprano se convierte en una desagradable compañía que nadie desea tener a tu lado. Las múltiples manifestaciones de su obsesión incomodan a otros, que terminan haciéndolos a un lado. Entonces, esa búsqueda termina en un destino distinto al previsto: el perfeccionista se queda solo, y no entiende por qué.

Asumir esta actitud, en suma, solo nos llevará por un camino de dificultades, problemas y enfrentamientos continuos con los demás. El perfeccionista tarde o temprano  se desconecta de su entorno, se llena de resentimiento y se frustra porque nadie lo entiende. ¿Lo peor? Lo invade la desolación cuando se da cuenta de que está lejos de ser perfecto.

Ahora, como cualquier moneda esta también tiene otra cara. Sí, porque hay un tipo de perfeccionismo que es bueno, positivo. ¿Lo sabías? El problema es que desconocemos esta realidad porque este es otro más de tantos temas que han sido satanizados. La realidad, sin embargo, es que el perfeccionismo sano y saludable existe y, además, ¡es necesario!

¿Sabes en qué consiste ese perfeccionismo saludable? En la capacidad de reponerse ante el fracaso, de levantarse luego de una caída, de no rendirse cuando la vida se pone cuesta arriba. No es tozudez, no es terquedad, no es capricho: es la habilidad de aceptar tus limitaciones y tus errores y, a partir de ellos, darte una nueva oportunidad.

La razón por la cual la mayoría de las personas fracasa en su intención de rebajar de peso o llevar un estilo de vida saludable es porque se fijan expectativas demasiado altas. Y, claro, no las pueden cumplir. Entonces, se frustran, se sienten derrotadas, se ven como fracasadas y prefieren abandonar en vez de probar de nuevo, pero de la forma correcta.

Un ejemplo de este perfeccionismo sano nos lo ofrecen los deportistas. Un tenista pierde más partidos de los que gana, pero eso no es óbice para seguir entrenando, para buscar nuevas técnicas y estrategias, para exigirse más en lo físico y en lo mental. Al final, los que marcan la historia, lo que logran éxitos sonoros e inolvidables, son los que no se rinden.

Nunca, en todo caso, escucharás a un deportista de élite decir que quiere ser perfecto. Su meta es superar sus límites, subir el listón, alcanzar metas más retadoras. Al final, y esta es la esencia del perfeccionismo sano, se trata de estar en permanente evolución, de crecer en diferentes aspectos, de no conformarse y de entender que el rival a vencer eres tú mismo.

Existen otros dos tipos de perfeccionismo que son poco conocidos porque son los menos difundidos, quizás porque a los seres humanos nos encantan los extremos. Son el perfeccionismo autorientado (PAO) y el perfeccionismo orientado a los demás (POD). ¿Sabías que existían? Es importante saber en qué consisten y cómo no excedernos.

El perfeccionismo autorientado se refiere a las conductas perfeccionistas que surgen de nosotros y retornan a nosotros. Son autoexigencias que nos imponemos y que en la práctica se manifiestan como la permanente insatisfacción con lo que hacemos y porque nos centramos en lo negativo, en lo que nos hace falta. Es autoexigencia llevada al extremo.

Mientras, el perfeccionismo orientado a los demás está relacionado con las expectativas elevadas que realizamos a quienes tienen contacto con nosotros. Por ejemplo, a nuestros hijos, subalternos en el trabajo o pareja. Les exigimos que sean perfectas porque creemos que es lo que nos merecemos y no aceptamos algo inferior. Es una obsesión perversa.

Una última faceta del perfeccionismo es aquella conocida como socialmente prescrito. Es, probablemente, la más común. Son las exigencias que otras personas de nuestro entorno en cada una de las actividades que desarrollamos nos imponen. A la postre, se convierten en obstáculos que rompen el vínculo porque somos incapaces de cumplir esas expectativas.

¿Cuáles son las consecuencias de caer en la trampa del perfeccionismo?

1.- Autoestima baja

2.- Recurrentes sentimientos de culpa

3.- Pesimismo que nos impide disfrutar del momento

4.- Depresión, provocado por la frustración de no conseguir el objetivo

5.- Rigidez mental, porque no concebimos otra forma de hacer las cosas

6.- Pérdida de la autoconfianza, al punto de sentirnos fracasados

El perfeccionismo supone un problema cuando la presencia del mismo genera sentimientos de infelicidad e interfiere en el funcionamiento del individuo, afirmó el reconocido sicólogo canadiense Martin M. Antony, autor de varios libros relacionados con el tema. La clave radica en no traspasar la delgada línea que separa lo conveniente de lo tóxico.
Mi invitación es que entiendas que tal y como eres, incluidos tus defectos y carencias, eres un ser humano perfecto. La tarea que te fue encomendada fue aprovechar esos recursos para construir tu mejor versión y ponerla al servicio de los demás. El autoconocimiento, la autoestima, la aceptación y el autorrespeto son los antídotos contra el perfeccionismo.

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