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Estos son los beneficios del maravilloso acto de pedir ayuda a otros

Puedes darle las vueltas que quieres y al final llegarás, siempre, a la misma conclusión: estás aquí, en este mundo, para ayudar a otros. Ninguna otra misión te fue encomendada y cualquiera camino distinto que elijas solo te provocará desdicha y traumatismos. Sin embargo, si lo piensas bien, te darás cuenta de que es un gran privilegio.

Es la magia de la vida y seguro la has experimentado, aunque no siempre de manera consciente. ¿A qué me refiero? A que todo lo que la vida te brinda solo tiene sentido si lo compartes con otros. Si lo guardas para ti, nada más, se extinguirá lentamente, como la luz de una vela. Si lo compartes con otros, regresará a ti multiplicado en forma de bendiciones.

¡Magia! Acudir a otros, buscar soporte ajeno, es una de las primeras actividades que aprendemos en la vida. Cuando tiene hambre o frío, el bebé llora para llamar la atención de la madre. No tarda en darse cuenta de que su llanto es una excelente estrategia de comunicación para conseguir lo que desea y comienza a emplearla con más frecuencia.

A veces, inclusive, sin necesitar nada; solo por llamar la atención. Y se vuelve costumbre, una costumbre que lleva al plano consciente para utilizarla en sus estrategias. El riesgo es que, cuando se cruza la delgada línea entre el suficiente y el más allá, te conviertes en una persona manipuladora, caprichosa, que solo busca provecho para sí misma, algo que no está bien.

Ahora, como todas las monedas, esta también tiene otra cara: la de aquellas personas a las que les cuesta pedir ayuda. Sí, las que se tragan lo que sienten, lo reprimen y lo acumulan, quizás sin darse cuenta de que es una pesada carga que tarde o temprano las doblegará o, a lo mejor, que les hace daño. Son personas a las que les cuesta pedir ayuda a los demás.

Es una incómoda situación a la que todos, absolutamente todos, nos enfrentamos alguna vez en la vida. De hecho, sucede a menudo. El problema comienza cuando hacemos un hábito de aquel comportamiento de aislarnos, de blindarnos con una gruesa armadura para evitar el contacto con otros y, sobre todo, para evitar que se den cuenta.

¿De qué? De nuestra debilidad. “No hay problema que no podamos solventar juntos, y muy pocos que podamos solventar solos”, dijo Lyndon B. Johnson, el trigésimo sexto presidente de los Estados Unidos (1963-1969). Cuánta sabiduría encierran esas 15 palabras, cuánto poder tiene esa afirmación, cuán útil es si la utilizamos en la vida.

Pedir ayuda, en cualquier momento, en cualquier circunstancia, no es síntoma de debilidad. Esa es una idea que graban en nuestro cerebro en la niñez, cuando nuestros padres intentan enseñarnos a ser autosuficientes, autónomos, a valernos por nosotros mismos. El objetivo es positivo, pero el resultado, en la práctica, es muy negativo.

“Tú eres un hombre” o “Tú eres una niña valiente” son mensajes que escuchamos una y otra vez, mil veces. Nos cultivan la autoexigencia en su máxima expresión y nos dicen que debemos ser “independientes”, es decir, no buscar la ayuda de otros. La verdad es que estas enseñanzas riñen con la esencia del ser humano, que es social y necesita de otros.

Entender esto, asumirlo, nos ofrece múltiples beneficios:

1.- Ningún ser humano es perfecto y no tiene por qué serlo

2.- Todos necesitamos la ayuda de otro, desde el día en que nacemos hasta aquel en el que morimos

3.- Todos, absolutamente todos, tenemos debilidades y limitaciones

4.- Por naturaleza, el ser humano está programado para cooperar con su entorno

5.- Se vale no poder con todo y, por ende, requerir la ayuda de otros

Por otro lado, ¿qué razones nos llevan a no pedir ayuda?

1.- Nuestras creencias. Que son aprendidas del entorno o de la educación que recibimos. También, fruto de las personas con las que nos relacionamos con mayor frecuencia

2.- Falta de asertividad. Recuerda que ser asertivo te da el derecho a expresar lo que sientes, lo que piensas, incluido aquello que necesitas. No es que te hacen un favor

3.- Baja autoestima. Propia de las personas que no se sienten merecedoras de lo mejor y, por ende, creen que nadie puede ayudarlas. Su expectativas suelen ser muy altas

4.- Exención de responsabilidad. Creer que son los demás los que deben notar que requieres ayuda y proporcionártela. Si no te la brinda, las haces sentir culpables

5.- Miedo al rechazo. Una manifestación muy común que surge tanto de la inseguridad como de la baja autoestima. Si te dicen que no, ¿qué es lo peor que puede suceder?

6.- Experiencias negativas. Derivada de la anterior: nos rechazaron antes, nos sentimos mal y no queremos repetir ese trago amargo. Confía en que habrá quienes quieran ayudarte

7.- Miedo a ser juzgados. Porque al pedir ayuda tendrás que explicar qué sucede, lo cual asumimos como una debilidad. Sentimos ser víctimas de aquello de “al caído, caerle”

8.- Miedo a abrirte. Nos cuesta también expresar nuestros sentimientos y pensamientos, reconocer que no somos perfectos o que nos equivocamos, y elegimos aislarnos

9.- Nos negamos a recibir. Sí, de manera inconsciente, levantamos barreras y evitamos recibir aquello que la vida nos ofrece, quizás porque queremos comprometernos

10.- Por ego. Pensar que requerimos la ayuda de otros nos pone en modo vulnerable y nos hace sentir inferiores, así que enarbolamos la bandera del orgullo para protegernos

Ahora, la pregunta del millón: ¿cuándo es el momento adecuado para pedir ayuda? La respuesta es muy sencilla: no hay una fórmula. Depende de cada uno, porque así como hay personas que soportan pesadas cargas y solo piden ayuda cuando no aguantan más, hay otras que ante la sospecha o síntoma de inseguridad levantan la mano.

Lo fundamental es entender que aguantar hasta llegar al límite no es sano, ni conveniente. Te provoca un dolor, una incertidumbre y un malestar innecesarios. Además, y esto es muy importante, cuanto más nos demoremos en pedir ayuda más difícil será hallar la solución adecuada o, de otra manera, perdemos la oportunidad de recibir una buena ayuda.

Cuando pedimos ayuda, no incomodamos al otro. Por el contrario, le expresamos que es valioso e importante en nuestra vida y, lo mejor, que confiamos en él. No cualquiera es merecedor de esta petición. Esto, quizás lo has experimentado, contribuye a fortalecer el vínculo con esa persona y, a la larga, se traduce en un genial intercambio de beneficios.

Contrario a lo que solemos creer, el acto de pedir ayuda no nos compromete y tampoco nos obliga a sentirnos en deuda. Esto es importante entenderlo y ponerlo en práctica para evitar malentendidos o, peor, para cobrar cuentas pendientes en el futuro, una actitud que podría llevarnos a enfrentamientos innecesarios con otras personas, a las que podríamos perder.

Por otro lado, cuando pides, respetas y te respetas. Un ejemplo: pides un aumento de salario en tu empresa porque consideras que has demostrado tu valía, que reconocen tu trabajo y estás convencido de que esa motivación te servirá para trabajar mejor. En últimas, lo que haces es validar una necesidad/deseo que tienes y eso es muy positivo.

Pedir ayuda, contrario a lo que nos enseñan, a lo que estamos acostumbrados, es un acto de valentía y de humildad, dos virtudes que no abundan. Esa es otra de las razones por las cuales a tantas personas les cuesta pedir ayuda. Pedir ayuda, así mismo, hace que los demás nos vean como alguien honesto, transparente y capaz de asumir sus limitaciones.

“Lo que hacemos por nosotros mismos muere con nosotros, lo que hacemos por los demás y por el mundo permanece y es inmortal”, escribió el autor estadounidense Albert Pike, que vivió en el siglo XIX. También fue abogado, militar y activista. No puedo estar más de acuerdo con sus palabras, que conectan directamente con el propósito de mi vida.

Otra pregunta: ¿cómo pedir ayuda? 

1.- Identifica tu necesidad. Saber qué necesitas y por qué lo necesitas, para así recibir la ayuda adecuada y no molestar a los demás. Por supuesto, aquí no aplican los caprichos

2.- Hazte responsable de lo que pides. Nadie puede juzgarte o condenarte por lo que pides, pues solo tú sabes cuánto lo necesitas. Aléjate del miedo al “qué dirán”

3.- Pide algo que necesites. Muchas veces, las personas no nos prestan ayuda porque saben que es algo que en realidad no necesitas, sino que solo quieres llamar su atención

4.- Pídelo. De la mejor forma, con humildad y valentía, con honestidad y respeto. Que la persona a la que acudes perciba claramente que la necesidad existe y es apremiante

5.- Agradécelo. La gratitud es la madre de la abundancia y la prosperidad. Cuanto es genuina, no solo retribuirá lo que recibes, sino que te hará merecedor de más en el futuro

“El mayor espectáculo es un hombre esforzado luchando contra la adversidad; pero hay otro aún más grande: ver a otro hombre lanzarse en su ayuda”, dijo el escritor irlandés Oliver Goldsmith. Como lo mencioné al comienzo: la única razón por la cual llegamos a este mundo es porque nos fue encomendada la maravillosa misión de ayudar a otros.
Para eso, para que puedas cumplir la tarea, la vida te brinda conocimiento, experiencias, valores, principios y, además, te dota de las herramientas necesarias. Dado que nadie es perfecto, necesitarás la ayuda de otros para llevar a cabo tu misión en un increíble círculo virtuoso de ida y vuelta. Cuanto más des, mayor será lo que estés en capacidad de recibir.

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